Por paradójico que parezca, es muy fácil comprenderlo si se posee algún conocimiento sobre los datos tradicionales acerca del curso del ciclo anual. En efecto, lo que ha alcanzado su máximo no puede ya sino decrecer, y lo que ha llegado a su mínimo, no puede sino comenzar a crecer. Así, el solsticio de verano marca el comienzo de la mitad descendente del año, y el Solsticio de Invierno, el de su mitad ascendente.
Desde el punto de vista de su significación cósmica se comprende mejor estas palabras de San Juan Bautista, cuyo nacimiento coincide con el solsticio estival (verano): “Él (Jesús, nacido en el Solsticio de Invierno) conviene que crezca y yo que disminuya” En realidad, el periodo “alegre”, es decir, beneficio y favorable es la mitad ascendente del ciclo anual, y su periodo “triste”, es decir, maleficio o desfavorable es su mitad descendente.
El Solsticio de Invierno, marca un momento en que el tiempo se detiene; el presente se manifiesta en un instante de eternidad. Es un tiempo de silencio, recogimiento interior y meditación. La semilla se pudre en el interior de la tierra esperando pacientemente a que llegue el tiempo apropiado para crecer y manifestarse.
Conocemos la experiencia de la cámara de reflexiones, de este duro camino interior hacia nuestro propio infierno, aislándonos hacia dentro, penetrando el centro mismo de las cosas para entender cuál es la esencia de las cosas y cual su apariencia, haciendo más profundo de nuestro ser en la noche más larga de nuestro viaje celeste, solo nos queda una antorcha: nuestra razón resplandeciente, que apenas ilumina algunos restos óseos, que figuran otra realidad, la verdad brutal, privada del velo de las ilusiones, en el fondo del V∴ I∴ T∴ R∴ I∴ O∴ L∴ alquímico "vista interior Terrea Rectificando Invenies Occultum Lapidem".
Entonces en la noche más larga descubrimos la piedra filosofal, nuestra piedra cúbica francmasónica, sustento de las certezas que requiere el espíritu, roca firme, angular y cristalización salina de nuestro yo y de la construcción intelectual y moral que constituye la gran obra.
Bastemos recordar de nuevo los misterios de Eleusis y Seres, en donde el recipiendario, el iniciado, era el símbolo dela semilla en la tierra, que sufriendo la putrefacción da origen al nacimiento de la flor de oro y a su proceso de individuación nacido desde sus propios sueños arquetípico.
QQ∴ HH∴: ya preparados para los cantos del gallo, que anuncian el fin de la noche y el triunfo de la luz sobre las tinieblas, cumplamos nuestro proceso, a la etapa ascendente de nuestro propio invierno interior.
Esto celebramos en nuestras fiestas solsticiales a pesar de que de la oscuridad nacemos una y otra vez en la circularidad interminable de los días, los múltiples nacimientos y muertes que henos de tener en nuestras vidas, sin más armisticio que el eterno retorno a la unidad, al todo.
Las fiestas solsticiales son el momento simbólico en que los masones nos recogemos hacia el interior de nuestro microcosmo y advertimos nuevas verdades morales, nuevas realidades espirituales, que nos permiten continuar con la gran obra.
Así también se produce en el macrocosmo el áureo proceso de los movimientos celestes de las esferas y de la armonía con que se regenera el universo, armonía que esta en consonancia con nuestros propios acordes interiores, que resuenan en nuestro yo con la mística melodía de las esferas.
A medianoche en punto, en lo más profundo de la oscuridad del Solsticio Invernal, Hiram muere, el Templo es destruido; pero esto no es sino el anuncio del nacimiento del maestro de la renovación de los trabajos del Templo.