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El fin de los ídolos

5/11/2012

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Por Cristian Darío Castro
Resp:. Log:. Galileo Galilei 23
El dilema moral de la máquina del poder
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La anarquía intelectual, política y espiritual una vía de escape
Resultaría útil para el análisis reducir las posturas humanas a solo dos, buenos y malos, no obstante este ejercicio resultaría reduccionista. Este dilema entre buenos y malos es la égida de las religiones dogmáticas. En el moralismo del moralista solo caben dos tipos de seres, y el color cromado de la vida sucumbe como un pájaro en caída libre sobre el mar.
Opuesto a este análisis está la dicotomía aristotélica que dispone de premisas para concluir sobre la realidad desde la resistencia de la prueba y la altura de la ciencia; lo suyo lo hace Hegel con la dialéctica que libera la idea y conduce al buen juicio. La razón en su punto medio hace vibrar la vida y rompe en esquema binario de los sucesos pues da posibilidades al espíritu que busca nuevas caras de la verdad.

De los prejuicios morales más aberrantes está el determinismo patronal o el ideario de los jefes que dividen el mundo entre gobernantes y gobernados, entre ídolos y abyectos, entre el poder y la sumisión, entre nobles y esclavos. En medio de este avatar está la razón, una razón consciente de la fragilidad humana y de la idea pletórica del orden humanitas que prescribe la igualdad y el control al abuso de poder.

El ocaso de las imágenes y valores superiores sustentados en el poder material e institucional parece ser la contracultura, el respiro pacificador del indignado y del rebelde que con argumentos no permite que su vida se relaje y acepte incondicionalmente las migajas del sistema económico y sus próceres. Lo que puede llamarse la máquina del poder es la ausencia de juicio moral pero si el lugar privilegiado del moralista que describe un camino mítico para sus electores y proscribe la libertad y la cultura nueva haciendo de la persona de carne y hueso un ídolo, construyendo cosas e ideas de admiración donde pulula el fanatismo y la falsa promesa.

El jefe es un estado temporal de la vida, donde algunos de ellos se esforzaron por progresar, donde la mayoría soñaron y vivieron para dominar, o donde ciertos de ellos heredaron un trono. Pero, por su parte, los mal llamados gobernados, en su eco intelectual y revolucionario, han hecho del estado anímico de la tiranía y la plutocracia de los jefes un festín en las imprentas clásica y moderna, el cual pasa de la autocracia de los antiguos a la democracia de los modernos como el falso testimonio del poder individual que se ha conculcado en una masa nada iconoclasta.

En sintonía con los mal llamados gobernados, los hay sumisos y otros rebeldes, grises y otros diáfanos en su búsqueda de la libertad individual como lo estructuró en sus cátedras Bertrand Russell. Empero, el gobernado no ha escogido ser pobre como un determinismo biológico, no ha escogido mantenerse en el yugo de la oscuridad por ideal, no ha escogido la psiquis de su gobernante en todo aquello que ha querido mandar y robar, el gobernado es solamente culpable sistémica y metodológicamente, su elección moral como individuo en la vida cotidiana genera los frutos de su destino, lo entremezcla entre la tristeza, la falta de oportunidades y la cotidiana vida difícil de la guerra del centavo. El gobernante, por su parte, es culpable por el apetito del poder que opaca el alma, lo corrompe y que lo define entre la cárcel y el cementerio.

Entre estos dos mundos que la ciencia política ha creado para el análisis, está el homo humanitas, es decir, el hombre de valores democráticos, generosos en la equidad de la palabra y el alimento, que no necesita de gobernantes sino que busca en su anarquía intelectual, espiritual, política y económica una vía de escape a su delirio fatal de convivir entre esclavos o entre ufanados de poder o seres mezquinos entre hombres, altivos estos últimos entre el burdel de exceso y la trágica idolatría mutua.

Yo quiero escapar de la cárcel urbana, de los barrotes invisibles, del tráfico insoportable y de la labor aburrida que eclipsa el espíritu como huella del poder como un panóptico profetizado por Foucault. Yo quiero que mis hijos, mi familia, mis amigos y los hombres libres y de buenas costumbres nos unamos en reflexión profunda para pensar un mundo donde se pueda vivir bajo el signo del M:.M:. y lejos del abismo del nihilismo como en la obra El crepúsculo de los ídolos, magistralmente desarrollada por Nietzsche.
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