Vivimos y perduramos en este divino mundo de nuestra existencia tiempos en los que la religión intenta con fervor y esfuerzo volver a gobernar territorios hace tiempos conquistados por la política. No es afán novedoso pero resulta preocupante como algunas democracias aceptan ver mermada y las que lucharon la mayoría de las civilizaciones nacieron y se desarrollaron en torno a un mito imaginario fundacional que servía para organizar las vidas de sus miembros al tiempo que aislaba el hecho político, dejándolo en un segundo plano siempre tutelado por la divinidad. No parecía posible perturbar el orden de dichos designios hasta que en la Europa del siglo XVI se abrió la grieta o rendija por la que se filtraría la separación de la política y la religión a la que obedecen nuestras democracias que posibilitó la convivencia de acuerdo con las leyes creadas por los hombres en lugar de las leyes de algún Dios. |