MM:. Resp:. Log:. Galileo Galilei No. 23.

En ese entonces, mi joven espíritu desconocía de la existencia de la Francmasonería y peor aún, que la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad constituían el lema emancipador y regenerador que regía los designios de muchos hombres en el mundo; pero el simple amor por la vida, la fascinación que sentí desde niño por las maravillas de la naturaleza y la formación católica recibida en mi infancia, me permitieron entender que algo aberrante, inaceptable, sucedía en aquella frontera.
Muchas veces crucé el muro en ambos sentidos y siempre estuvo allí presente ese sentimiento que confundía el alma y lo dejaba a uno aturdido por varios días.
El Mundo entero hablaba del Muro y nunca la propaganda soviética pudo convencerlo de que había sido construido para aislar a los “nuevos alemanes” de los vicios de occidente, ellos, los comunistas, nunca aceptaron, que la Libertad no es otra cosa que el derecho que permite a cada hombre la facultad de obrar como mejor le parezca, por lo cual es dueño y responsable de sus actos. Nunca entendieron que principios enseñados a la fuerza y aceptados bajo el terror, jamás podrían soportar una verdadera sociedad de hombres.
En 1963, el presidente de los Estados Unidos, John Kennedy se declara Berlinés, el mundo democrático comienza a criticar cada vez con mayor vehemencia la existencia del Muro y en junio de 1987 el Presidente Ronald Reagan le exige a Gorbachov que lo derribe, pero hubo que esperar hasta 1988 cuando se comenzaran a concretar las reformas iniciadas desde 1985 por Mikhail Gorbachov.
En enero de 1989, a pesar de las frecuentes y cada vez más audaces manifestaciones populares contra el gobierno de Alemania Oriental, el líder comunista Erich Honecker declaró “El muro permanecerá por 50, incluso 100 años más”, pero solo unos meses después, en septiembre de ese mismo año, Hungría se separó del tratado de Varsovia y abrió sus fronteras hacia Austria, permitiendo el éxodo de alemanes orientales a través de su territorio y creándole así la primera gran brecha al Muro.
Y dos meses después, el nueve de noviembre de 1989 cientos de miles cruzaron el muro, llegaron al lado occidental de la ciudad y espontáneamente comenzaron a destruirlo. Al conocer la noticia corrí a la estación de trenes en Moscú, viaje durante dos días, atravesé Polonia, donde ya se vivían los momentos de cambio liderados por Lech Walesa, de quien se asegura en algunos escritos, que para ese entonces asistía a una logia de origen catalán; por fin en la tarde del domingo 12 de noviembre de 1989 en medio de la reinante alegre confusión, me encontraba con un mazo y un cincel alquilados intentando tumbar al menos un pedazo de aquel horror.
Siempre creí que jamás la humanidad volvería a permitir semejante estupidez y que todos los esfuerzos se concentrarían en derribar el muro que dividía al milenario pueblo de Corea en dos. Desafortunadamente me equivoque, no solo existe el muro de Corea sino que se han creado nuevos: uno se levantó en 1994 a lo largo de la frontera de los Estados Unidos con México y ya cobró más de 3000 víctimas. Otro, más reciente separa a Israel de Cisjordania. No estoy hablando de política privada, recuerdo muy bien que prometí no hablar de ella en este venerable espacio. Estoy hablando del más sagrado de los sentimientos que profesamos, del profundo amor que sentimos los Masones por la libertad, de la imperiosa necesidad de disponer de espacios apacibles para desarrollar nuestro talento y nuestras virtudes, de la existencia perversa en nuestra sociedad de muros invisibles (la pobreza, la discriminación racial o de género, etc.), muros tan perversos como el de Berlín.