A lo largo de la historia, pocos figuran como líderes que han sobrepasado las barreras del ego, la soberbia, el materialismo, la sed de poder y fama. ¿Cuántas guerras y dolor se habrían evitado? ¿Cuánta destrucción, intolerancia y odio? ¿Cuánta armonía y paz no han sido enterradas bajo la majestad de los poderosos? ¿Cuánto talento no habría sucumbido ante absurdas pugnas de poder? |
El verdadero líder respeta y acepta que otros piensen distinto a él, entiende que en este mundo diverso, cada individuo puede aportar con sus ideas y talentos, aunque no coincidan con la suyas; es alguien capaz de sumar fortalezas, convirtiendo sus propias debilidades en oportunidades y ejemplo de humildad ante sus limitaciones; es quien acepta sus errores como aprendizaje y como un escalón para mejorar; es quien multiplica esfuerzos y abandona la consigna “Divide y vencerás”, porque seguramente se convertirá en “Divide y perderás”.
El líder acepta sus derrotas como señal de que el camino seguido, está averiado y exige la construcción de nuevas rutas y puentes que conduzcan hacia tierras donde reine la concertación, el diálogo, la inteligencia emocional con todas sus facetas.
El líder escucha a su conciencia y a los valores universales proclamados por aquellos seres humanos que dejaron una huella indeleble en el corazón de millones; es un negociante de esperanza, no un mercader que se vende al mejor postor o a intereses materiales vacuos; desoye principios maquiavélicos comprendiendo que el fin no justifica los medios.
El líder Masónico, ya sea que desempeñe sus funciones administrativas en el simbolismo o en el filosofismo, tiene sobre sus hombros el avance de la Institución que dirige y la obtención de los objetivos planteados.
En consecuencia, sus actos repercuten directamente en el clima organizacional de tal manera que el éxito del grupo será siempre su éxito, y el fracaso, también será su fracaso.